La Costa Azul, más glamourosa que nuncaEl genial aliño de mar, villas llenas de encanto y noches de glamour de la Riviera Francesa la sostienen como uno de los escenarios de culto de la jet internacional. Estos días todas las miradas se concentran en ella por la boda de Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock
Antes de que en los 50 Brigitte Bardot se convirtiera en la vecina más célebre de Saint Tropez, la Riviera Francesa era ya en su conjunto una referencia de la elegancia, el dinero o el glamour, y también de las tres cosas juntas. En realidad BB, además de poner en el mapa a este entonces pueblito de pescadores, encarnó el guiño de osadía y provocación que desde entonces aliña también la reputación de la Côte d’Azur, en cuyas playas escandalizaron los primeros bikinis y hasta las primeras señoritas en topless disfrutando plácidamente del sol en los arenales de la playa de Pampelonne.
Fue en este privilegiado tramo de litoral a caballo entre Francia e Italia donde en los albores del XIX se ‘inventó’ el turismo de nivel. En aquellos días eran en su mayoría aristócratas británicos quienes, huyendo de la bendita lluvia de su país, se trasladaban aquí para disfrutar de unos inviernos más saludables, amén de placenteros, que los de casa. A ellos le adeuda el nombre el famoso Paseo de los Ingleses que orla la bahía de los Ángeles de Niza, escenario entonces de las idas y venidas de muy nobles y pálidos caballeros y damas, y escaparate también sobre el que se alzó, hace ya casi un siglo, el palaciego hotel Negresco, ideado por el audaz vástago de un hotelero rumano para albergar a las testas coronadas y fortunas como los Rockefeller o los Vanderbilt, que frecuentaban la zona.
Si Niza, que a pesar de ser hoy una ciudad grande sigue conservando un casco histórico con mucho charme, fue la favorita de personajes tan dispares como Matisse, Hitchcock, Ava Gardner o la reina Victoria, Antibes, a apenas media hora, lo fue de Picasso, cuya obra creada en este precioso pueblito junto al mar se exhibe en el castillo medieval, hoy convertido en museo.
Avanzando por las siempre escénicas carreteritas costeras, tras los paisajes de pinares, roquedos y villas que doblan el cabo de Antibes se llega también, en un abrir y cerrar de ojos –si el tráfico veraniego no lo impide, eso sí–, a ese otro epicentro chic que es Cannes. Más recoleta que Niza, sus callejuelas llenas de sabor desembocan en el viejo puerto en el que atraca una barbaridad de veleros de época o en ese Boulevard de la Croisette en el que se conjugan las terrazas de la playa, toda boutique de prestigio que se precie, hoteles de la Belle Époque como el Carlton y el Martinez y, cómo no, el Palacio de Festivales, cuya alfombra roja lleva más de medio siglo viendo desfilar a las estrellas que acuden puntuales a su cita con uno de los certámenes decanos del cine europeo.
Y por si no fuera ya todo un exceso de cosmopolitismo y estilo, en la dirección opuesta de Niza siguen hilvanándose refugios de ricos y famosos, como la península de Cap Ferrat, cuajada de mansiones que emulan el esplendor de la villa Ephrussi de Rothschild, abierta hoy como museo entre espléndidos jardines; y, enseguida también, el feudo de los Grimaldi, con los mega yates amarrados en el puerto del Principado y el rugir de los deportivos abriéndose paso entre los bosques de rascacielos y los aledaños del Casino de Montecarlo.
Y todo ello sin desestimar ese otro as en la manga que se reserva la Costa Azul por los pueblitos medievales que, a tiro de piedra del mar, se suspenden por los cerros prealpinos. Son tantos –Eze, Mougins, Peillon, Roquebrune, Menton, St. Paul de Vence…– que los integrantes de ese contrapunto rural en el que la buena vida se mide con parámetros bien distintos merecerían por sí solos una escapada aparte.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar
Vuelos directos a Niza, la capital de la Costa Azul, con Iberia, Air Nostrum o Vueling desde Madrid y Barcelona a partir de unos 156 €, y con conexión desde muchas otras ciudades con estas u otras compañías.
Moverse por la Costa Azul
Hay buen transporte público, con autobuses y trenes, pero para recorrer las mejores esquinas de la Riviera lo mejor es alquilar un coche. A través de Avis puede reservarse un utilitario en verano desde unos 200 € por semana.
Viajes organizados
La agencia especializada en escapadas de lujo Viajes Upperclass propone una exquisita selección de hoteles por la Costa Azul. Vuelos, coche de alquiler para tres días y dos noches en algunos de estos estilosos refugios, a partir de 913 €.
Dónde dormir
En grandes clásicos como el Negresco, en Niza; el Carlton y el Martinez de Cannes o, en Mónaco, el Hotel de París y el Hermitage. Selectísimos también aunque en otro estilo, el Royal Riviera de Saint-Jean-Cap-Ferrat; el Château de la Chèvre d'Or del pueblito medieval de Eze o Le Saint Paul, en St. Paul de Vence; estos dos últimos con el prestigioso sello de Relais&Châteaux.
Dónde comer
Todos los hoteles mencionados atesoran restaurantes sublimes, en ocasiones con vistas de impresión. Otros también al más alto nivel, el Spoons de Alain Ducasse, en el hotel Byblos de St. Tropez; el Louis XV del Hôtel de Paris de Montecarlo, también de este celebérrimo chef; o el Restaurant des Rois del hotel La Réserve, en Beaulieu-sûr-Mer. Y si se prefiere otro mito más informal a combinar con unas horas de mar y sol, Le Club 55, sobre la playa tropezzienne de Pampelonne.
No te pierdas
El Museo Picasso del castillo de Antibes, utilizado por el genial malagueño como atelier en 1946. Contiene una insólita colección de pinturas y dibujos realizados sobre soportes muy poco convencionales –consecuencia de la escasez de materiales tras la Segunda Guerra Mundial– que plasman el reencuentro del artista con la cultura del Mediterráneo.
Antes de que en los 50 Brigitte Bardot se convirtiera en la vecina más célebre de Saint Tropez, la Riviera Francesa era ya en su conjunto una referencia de la elegancia, el dinero o el glamour, y también de las tres cosas juntas. En realidad BB, además de poner en el mapa a este entonces pueblito de pescadores, encarnó el guiño de osadía y provocación que desde entonces aliña también la reputación de la Côte d’Azur, en cuyas playas escandalizaron los primeros bikinis y hasta las primeras señoritas en topless disfrutando plácidamente del sol en los arenales de la playa de Pampelonne.
Fue en este privilegiado tramo de litoral a caballo entre Francia e Italia donde en los albores del XIX se ‘inventó’ el turismo de nivel. En aquellos días eran en su mayoría aristócratas británicos quienes, huyendo de la bendita lluvia de su país, se trasladaban aquí para disfrutar de unos inviernos más saludables, amén de placenteros, que los de casa. A ellos le adeuda el nombre el famoso Paseo de los Ingleses que orla la bahía de los Ángeles de Niza, escenario entonces de las idas y venidas de muy nobles y pálidos caballeros y damas, y escaparate también sobre el que se alzó, hace ya casi un siglo, el palaciego hotel Negresco, ideado por el audaz vástago de un hotelero rumano para albergar a las testas coronadas y fortunas como los Rockefeller o los Vanderbilt, que frecuentaban la zona.
Si Niza, que a pesar de ser hoy una ciudad grande sigue conservando un casco histórico con mucho charme, fue la favorita de personajes tan dispares como Matisse, Hitchcock, Ava Gardner o la reina Victoria, Antibes, a apenas media hora, lo fue de Picasso, cuya obra creada en este precioso pueblito junto al mar se exhibe en el castillo medieval, hoy convertido en museo.
Avanzando por las siempre escénicas carreteritas costeras, tras los paisajes de pinares, roquedos y villas que doblan el cabo de Antibes se llega también, en un abrir y cerrar de ojos –si el tráfico veraniego no lo impide, eso sí–, a ese otro epicentro chic que es Cannes. Más recoleta que Niza, sus callejuelas llenas de sabor desembocan en el viejo puerto en el que atraca una barbaridad de veleros de época o en ese Boulevard de la Croisette en el que se conjugan las terrazas de la playa, toda boutique de prestigio que se precie, hoteles de la Belle Époque como el Carlton y el Martinez y, cómo no, el Palacio de Festivales, cuya alfombra roja lleva más de medio siglo viendo desfilar a las estrellas que acuden puntuales a su cita con uno de los certámenes decanos del cine europeo.
Y por si no fuera ya todo un exceso de cosmopolitismo y estilo, en la dirección opuesta de Niza siguen hilvanándose refugios de ricos y famosos, como la península de Cap Ferrat, cuajada de mansiones que emulan el esplendor de la villa Ephrussi de Rothschild, abierta hoy como museo entre espléndidos jardines; y, enseguida también, el feudo de los Grimaldi, con los mega yates amarrados en el puerto del Principado y el rugir de los deportivos abriéndose paso entre los bosques de rascacielos y los aledaños del Casino de Montecarlo.
Y todo ello sin desestimar ese otro as en la manga que se reserva la Costa Azul por los pueblitos medievales que, a tiro de piedra del mar, se suspenden por los cerros prealpinos. Son tantos –Eze, Mougins, Peillon, Roquebrune, Menton, St. Paul de Vence…– que los integrantes de ese contrapunto rural en el que la buena vida se mide con parámetros bien distintos merecerían por sí solos una escapada aparte.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar
Vuelos directos a Niza, la capital de la Costa Azul, con Iberia, Air Nostrum o Vueling desde Madrid y Barcelona a partir de unos 156 €, y con conexión desde muchas otras ciudades con estas u otras compañías.
Moverse por la Costa Azul
Hay buen transporte público, con autobuses y trenes, pero para recorrer las mejores esquinas de la Riviera lo mejor es alquilar un coche. A través de Avis puede reservarse un utilitario en verano desde unos 200 € por semana.
Viajes organizados
La agencia especializada en escapadas de lujo Viajes Upperclass propone una exquisita selección de hoteles por la Costa Azul. Vuelos, coche de alquiler para tres días y dos noches en algunos de estos estilosos refugios, a partir de 913 €.
Dónde dormir
En grandes clásicos como el Negresco, en Niza; el Carlton y el Martinez de Cannes o, en Mónaco, el Hotel de París y el Hermitage. Selectísimos también aunque en otro estilo, el Royal Riviera de Saint-Jean-Cap-Ferrat; el Château de la Chèvre d'Or del pueblito medieval de Eze o Le Saint Paul, en St. Paul de Vence; estos dos últimos con el prestigioso sello de Relais&Châteaux.
Dónde comer
Todos los hoteles mencionados atesoran restaurantes sublimes, en ocasiones con vistas de impresión. Otros también al más alto nivel, el Spoons de Alain Ducasse, en el hotel Byblos de St. Tropez; el Louis XV del Hôtel de Paris de Montecarlo, también de este celebérrimo chef; o el Restaurant des Rois del hotel La Réserve, en Beaulieu-sûr-Mer. Y si se prefiere otro mito más informal a combinar con unas horas de mar y sol, Le Club 55, sobre la playa tropezzienne de Pampelonne.
No te pierdas
El Museo Picasso del castillo de Antibes, utilizado por el genial malagueño como atelier en 1946. Contiene una insólita colección de pinturas y dibujos realizados sobre soportes muy poco convencionales –consecuencia de la escasez de materiales tras la Segunda Guerra Mundial– que plasman el reencuentro del artista con la cultura del Mediterráneo.
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