La vida cotidiana está llena de pequeños acontecimientos que aportan felicidad: llegar a casa y ponerse cómodo, que alguien a quien se ama muestre sus sentimientos abiertamente, charlar con los amigos...
Esas cosas pequeñas, e incluso otras que ni siquiera se ven porque pertenecen al mundo emocional, son determinantes para el estado de ánimo. Las necesitamos para rebajar la dureza que debemos superar día a día. ¿Podemos disfrutar siempre de ellas? ¿Dónde reside la felicidad?
.Tratamos de conseguir la felicidad buscando un estado ideal que no existe y que conduce a la frustración. Freud afirmaba en una entrevista que existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra es serlo realmente. Él aconsejaba el tratamiento para eliminar los síntomas que hacen sufrir y poder dirigir las riendas de la propia vida.
Cuando somos capaces de superar los conflictos, también lo somos de disfrutar de los logros. Entonces es posible que dominemos nuestro destino y no seamos sometidos por él. Quien tiene las riendas de su vida puede llegar a ser razonablemente feliz y disfrutar de esos pequeños detalles vividos día a día y que permiten la dosis necesaria para valorar lo que se hace y a quienes se tiene cerca.
La capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas se trata de una cualidad que no abunda. Se posee cuando se disfruta de un cierto grado de salud mental, lo que es posible solamente si: –No hay graves conflictos psíquicos que agoten nuestras energías. –Se ha aprendido a aceptar cierto grado de frustración, ya que el deseo solo se puede llegar a realizar parcialmente.
Sabemos que todo deseo se agota cuando se realiza y que después aparecerá uno nuevo. Si reconocemos los deseos imposibles, podremos disfrutar de los posibles. –Si hemos llegado a conocernos a nosotros mismos y vivimos de acuerdo con lo que queremos y no con lo que suponemos que quieren de nosotros.
En ese caso hemos aceptado nuestros límites y nos aceptamos como somos. Cuando esto ocurre, empezamos a querernos y disfrutamos con placer de lo conseguido, porque no nos fijamos tanto en lo que no tenemos. Ana se había despertado muy pronto y se sintió bien al pensar que aún le quedaba tiempo para descansar. Era domingo y, mientras volvía a dormirse, disfrutaba de ese rato más en la cama y pensaba lo que iba a hacer durante la mañana.
Más tarde, sentada en el jardín, leía una novela. Se sentía feliz, después vendrían unos amigos a comer y por la tarde darían un paseo. Hacía mucho que no disfrutaba de esos pequeños momentos que estaban a su alcance. Antes, el domingo era un día tan esperado como temido, pues las discusiones con su pareja resultaban inevitables.
Una psicoterapia a la que acudió cuando su mundo se venía abajo le dio las herramientas para hacer las paces consigo misma. Comenzó a mejorar un día en el que al salir de la sesión apuntó en su diario: “Rescatar las cosas que me hacen feliz, dejarme llevar por la risa, escuchar música, encontrarme con los amigos...”.
En el proceso terapéutico, Ana había descubierto que padecía una frigidez generalizada, le daba miedo sentir, pues lo asociaba a descontrolarse. Su padre había sido alcohólico y lo había visto de niña descontrolado muchas veces. Todavía guardaba hacia él afectos agresivos que censuraba. Los había reprimido, pero junto a ellos había anestesiado la posibilidad de sentir intensamente todo tipo de afectos.
No se creía merecedora de sentir placer y así evitaba ciertos sentimientos. miedo al descontrol. La posibilidad de sentirnos felices con lo que hacemos y con aquello que nos gusta proviene fundamentalmente de nuestro mundo interno. Si no podemos sentir placer, quizá se deba a un sentimiento de culpa provocado por la idea de que deberíamos estar haciendo algo que creemos mucho más importante.
A veces, somos víctimas también de una prisa interna que no nos deja el tiempo necesario para sentir. Ahora bien, la incapacidad de experimentar placer siempre tiene más de una razón. La persona que padece este síntoma psíquico puede estar asociando el hecho de disfrutar y pasarlo bien con algo prohibido.
También es posible que la condición de ser insensible a los placeres pequeños de la vida provenga de una intensa fijación a las figuras parentales. Quizá la niña que fue se sintió tan gratificada por sus progenitores, que en la edad adulta se niega a crecer para no separarse de una situación primaria.
Además, hay padres que filtran la idea de cierta incapacidad en sus hijos para valerse por sí mismos, o les exigen tanto que siempre se acaban sintiendo insatisfechos en relación a lo que ellos suponen que tendrían que alcanzar. De esta forma se produce una enorme condena que impide sentir placer.
.
Esas cosas pequeñas, e incluso otras que ni siquiera se ven porque pertenecen al mundo emocional, son determinantes para el estado de ánimo. Las necesitamos para rebajar la dureza que debemos superar día a día. ¿Podemos disfrutar siempre de ellas? ¿Dónde reside la felicidad?
.Tratamos de conseguir la felicidad buscando un estado ideal que no existe y que conduce a la frustración. Freud afirmaba en una entrevista que existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra es serlo realmente. Él aconsejaba el tratamiento para eliminar los síntomas que hacen sufrir y poder dirigir las riendas de la propia vida.
Cuando somos capaces de superar los conflictos, también lo somos de disfrutar de los logros. Entonces es posible que dominemos nuestro destino y no seamos sometidos por él. Quien tiene las riendas de su vida puede llegar a ser razonablemente feliz y disfrutar de esos pequeños detalles vividos día a día y que permiten la dosis necesaria para valorar lo que se hace y a quienes se tiene cerca.
La capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas se trata de una cualidad que no abunda. Se posee cuando se disfruta de un cierto grado de salud mental, lo que es posible solamente si: –No hay graves conflictos psíquicos que agoten nuestras energías. –Se ha aprendido a aceptar cierto grado de frustración, ya que el deseo solo se puede llegar a realizar parcialmente.
Sabemos que todo deseo se agota cuando se realiza y que después aparecerá uno nuevo. Si reconocemos los deseos imposibles, podremos disfrutar de los posibles. –Si hemos llegado a conocernos a nosotros mismos y vivimos de acuerdo con lo que queremos y no con lo que suponemos que quieren de nosotros.
En ese caso hemos aceptado nuestros límites y nos aceptamos como somos. Cuando esto ocurre, empezamos a querernos y disfrutamos con placer de lo conseguido, porque no nos fijamos tanto en lo que no tenemos. Ana se había despertado muy pronto y se sintió bien al pensar que aún le quedaba tiempo para descansar. Era domingo y, mientras volvía a dormirse, disfrutaba de ese rato más en la cama y pensaba lo que iba a hacer durante la mañana.
Más tarde, sentada en el jardín, leía una novela. Se sentía feliz, después vendrían unos amigos a comer y por la tarde darían un paseo. Hacía mucho que no disfrutaba de esos pequeños momentos que estaban a su alcance. Antes, el domingo era un día tan esperado como temido, pues las discusiones con su pareja resultaban inevitables.
Una psicoterapia a la que acudió cuando su mundo se venía abajo le dio las herramientas para hacer las paces consigo misma. Comenzó a mejorar un día en el que al salir de la sesión apuntó en su diario: “Rescatar las cosas que me hacen feliz, dejarme llevar por la risa, escuchar música, encontrarme con los amigos...”.
En el proceso terapéutico, Ana había descubierto que padecía una frigidez generalizada, le daba miedo sentir, pues lo asociaba a descontrolarse. Su padre había sido alcohólico y lo había visto de niña descontrolado muchas veces. Todavía guardaba hacia él afectos agresivos que censuraba. Los había reprimido, pero junto a ellos había anestesiado la posibilidad de sentir intensamente todo tipo de afectos.
No se creía merecedora de sentir placer y así evitaba ciertos sentimientos. miedo al descontrol. La posibilidad de sentirnos felices con lo que hacemos y con aquello que nos gusta proviene fundamentalmente de nuestro mundo interno. Si no podemos sentir placer, quizá se deba a un sentimiento de culpa provocado por la idea de que deberíamos estar haciendo algo que creemos mucho más importante.
A veces, somos víctimas también de una prisa interna que no nos deja el tiempo necesario para sentir. Ahora bien, la incapacidad de experimentar placer siempre tiene más de una razón. La persona que padece este síntoma psíquico puede estar asociando el hecho de disfrutar y pasarlo bien con algo prohibido.
También es posible que la condición de ser insensible a los placeres pequeños de la vida provenga de una intensa fijación a las figuras parentales. Quizá la niña que fue se sintió tan gratificada por sus progenitores, que en la edad adulta se niega a crecer para no separarse de una situación primaria.
Además, hay padres que filtran la idea de cierta incapacidad en sus hijos para valerse por sí mismos, o les exigen tanto que siempre se acaban sintiendo insatisfechos en relación a lo que ellos suponen que tendrían que alcanzar. De esta forma se produce una enorme condena que impide sentir placer.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario